
Uno de los errores que los dueños de gatos suelen cometer es traer un felino nuevo a casa para que el gato que ya vive en ella no se encuentre solo y pueda pasar el tiempo con alguien durante las ausencias prolongadas de los dueños. Esta idea suele ser consecuencia de la antropomorfización del gato y de la proyección que hacemos de las emociones negativas que sentimos al experimentar la soledad.
Debemos recalcar y explicar firmemente a los dueños de los gatos que este animal –como especie preparada para vivir en grupo y en solitario– no necesita contactos sociales con individuos de su propia especie para ser feliz y conservar su bienestar. Las necesidades de los gatos (emocionales incluidas) estarán perfectamente cubiertas si se establece una relación adecuada con el dueño, se organiza el territorio de manera correcta y se garantizan un juego y una exploración adecuados para esta especie.
Al traer un gato nuevo a casa, el dueño debe contar con tres posibles situaciones. La mejor situación posible es que los gatos se caigan bien, creen un grupo social y se beneficien de nuestra decisión de añadir un miembro. Otra situación menos optimista, pero que aun así no provoca ningún perjuicio, es aquella en la que los gatos no muestran simpatía ni comportamientos de afiliación, pero se reparten su territorio y sus recursos para evitar conflictos y cubrir sus necesidades sin molestarse. En ese caso, el gato-inquilino no obtiene ninguna ventaja de la introducción de un nuevo individuo en casa (quitando una cierta dosis de estimulación), pero tampoco pierde mucho (solo la atención exclusiva del dueño). El peor escenario es cuando los gatos no solo no establecen relaciones amistosas, sino que viven en un conflicto continuo (ya sea tácito o abierto) que genera un estrés crónico y reduce el bienestar de ambos animales.
DIEGO REBOLA
Médico veterinario, especialista en Medicina felina.